Elaborado por Jairo José Castañeda Gutiérrez
A partir del marco temporal establecido por
la ley hoy para delimitar la edad de la juventud, esa etapa de mi vida se sitúa
entre finales de los años 60 y 70 del
siglo pasado. En gran parte de ese período, Colombia es aún más rural que
urbana, acentuándose en él, el proceso de migración de gran cantidad de
personas del campo a la ciudad. Esta es una variable fundamental a tener en
cuenta para comprender lo que afirmo.
Los elementos ideológicos que identifican la
mentalidad de la mayoría de las personas que habitan los barrios populares, en los que nací y viví
en esos momentos en Barranquilla, eran más comunitarios. Invitaban a la
cooperación, a la solidaridad, facilitando una mayor y mejor convivencia,
aunque ya se vislumbraba en algunas actitudes de sus miembros, lo que sería la
vida en el futuro, dominada por el individualismo.
En el contexto de los barrios populares en
que habité, los jóvenes desarrollamos un espacio propio: La Esquina. Espacio
plural, cuya razón de existencia era compartir experiencias del trabajo, el
colegio, el barrio, la casa, de cada persona, etc., alrededor de la
construcción de búsquedas comunes, inmediatas y futuras. Funcionaba con base en
códigos construidos en conjunto por los que la integrábamos. Planeábamos
juegos, paseos, actividades diarias en la cuadra, el barrio y su intercambio
respetuoso con otras esquinas y/o grupos sociales. Esto se hacía desde la
consciencia y práctica espontánea de sus miembros.
En ese espacio, construimos elementos
esenciales componentes de nuestra identidad, aún presentes en actitudes,
conductas y comportamientos actuales. Teníamos poca consciencia de la
influencia que ejercía el estado y el sistema socio económico dominante sobre
nosotros. Comenzábamos a expresar las motivaciones, condicionamientos y/o
limitaciones provenientes de los medios de comunicación masiva (radio y
televisión principalmente), a través de iconos provenientes de propuestas
ideológicas como la moda, la vida de los artistas, de los deportistas, etc.,
expresando elementos de ellos en nuestra existencia, de manera proporcional al
grado de asimilación e interés que de ellas se tenían.
Por las posibilidades materiales propias de
las condiciones económicas y sociales en que nos desenvolvíamos, del acceso del
país al desarrollo científico técnico del mundo, y de la poca masificación de
los productos de la tecnología, poco era lo que los jóvenes encontrábamos hecho
en esos momentos. La mayor parte de las cosas que necesitábamos, teníamos que
hacerlas. Predominaba la cultura del trabajo. Por esa razón, el pensamiento
creativo encontraba espacio para desarrollarse en nosotros. Lógicamente,
limitado por las búsquedas que los jóvenes teníamos en las condiciones
históricas y culturales en que vivíamos.
En ese contexto, la escuela tenía un
significado diferente para los que la acogíamos como esencial en nuestra
existencia y podíamos acceder a ella. Íbamos a
ella interesados en el aprendizaje de su propuesta académica y
convivencial. Valorando su importancia como parte de nuestro proyecto de vida.
Lo hacíamos pensando en nuestro futuro como personas. Sobre todo porque el
culminar algún ciclo de ella, aún se facilitaba el ingreso al mundo del trabajo
y la posibilidad de mejorar las condiciones de vida material. La afectividad no
era lo fundamental a buscar en la escuela, como ocurre ahora.
Los elementos fundamentales de la vida
socioafectiva, tenían un espacio bien delimitado: la casa, la familia, la
cuadra, el barrio. En ese momento, con todas las limitaciones materiales que se
tenían, la familia existía, predominaba la familia extensa. La casa era un
lugar agradable al que se quería llegar, aunque no se contara con las
comodidades indispensables y deseables, características de otros estratos
sociales. A pesar de ello, la casa nos convocaba. La cuadra, el barrio nos
invitaba. De ahí que la canción afirme “porque tú sabes que cuando llueve,
nunca hay clase en el colegio”. Y no era por pereza. Era la importancia y el
papel que jugaban esos espacios en la vida del joven, precedidos por el calor
humano que se respiraba en ellos.
Ese libre albedrío en que crecimos, con poca
tutela del estado, bajo la orientación psicológica, ideológica y
sociocultural de principios más colectivos, construidos al calor de la experiencia
cotidiana y de las reflexiones alrededor de los saberes populares, en gran
parte herencia cultural, facilitaron la comprensión de algunos problemas
sociales ligados a la satisfacción de necesidades fundamentales. De ahí que un
ingrediente propio de ese lapso de
tiempo sean las grandes movilizaciones de los jóvenes en contra de la guerra,
de la injusticia, luchando por la paz, la libertad de cátedra, la democracia,
la permanencia de los niveles de bienestar social que asumía el estado, etc.,
culminando muchas de ella en mejores condiciones de vida para algunos de los sectores
sociales vinculados a la protesta social.
Lógicamente, los procesos y actividades aquí
descritas no fueron característicos de todos los jóvenes. Pues, las prácticas
humanas como actividades dirigidas a la obtención de los fines que el hombre se
propone, responden a deseos, gustos, intereses e intenciones, construcciones
individuales que corresponden, en última instancia, a los elementos ideológicos
dominantes en el momento histórico de que se trate. De tal manera, que las
búsquedas humanas no necesariamente obedecen de manera directa, a las
potencialidades intelectuales, políticas e ideológicas que posibilitarían las
condiciones de existencia material en que se vive.
La juventud en lo material es un cuerpo
social, que trasciende la existencia de clases y/o diferencias sociales. Es una
etapa de desarrollo presente en todos los seres humanos, independientemente de
los intereses y concepciones teóricas e ideológicas que reconozcan, respeten
y/o promuevan su existencia, que implica las condiciones necesarias para ser y
su papel en la sociedad en un momento histórico determinado.
Conceptualmente, es una construcción teórica,
una categoría social, que contiene la identificación, análisis, descripción,
interpretación, comprensión, argumentación y apropiación de un conjunto de
vivencias en todos las dimensiones del desarrollo humano (corporal, cognitiva,
comunicativa, ética, estética, política, espiritual, histórica), que
caracteriza los modos de sentir, pensar
y actuar de los seres humanos, expresados por medio de ideas, valores,
actitudes y de su propio dinamismo interno como sujetos de derechos y deberes,
mediados en última instancia, por las relaciones socioculturales construidas
por todas las generaciones humanas en su realidad histórica.
Existen actitudes,
conductas y comportamientos identificativos de la juventud, desde los planos
cognitivos, valorativo, afectivo y volitivo, de carácter plural, válidos para
todo grupo, clase social y cultura. Las variaciones corresponden a las
condiciones históricas y culturales específicas en que cada grupo juvenil y
joven como individuo y persona, se desenvuelve como ser constituyente y
participante en la construcción social de ellas.
Los contextos específicos,
como confluencia activa de los sujetos que los constituyen, configuran las
condiciones indispensables de su propio desarrollo y el papel que desempeñan en
la totalidad social de la que se hacen parte. En aquellos momentos (años 60 y
70 del siglo XX) se hacía más énfasis en la diferenciación, implicando la mayor
identificación y asunción de lo propio. Hoy la propuesta dominante de la
sociedad global tiende a hacerlos más homogéneos, aunque en la teoría se haga
énfasis en el desarrollo del individuo, de las comunidades y de las culturas.
Lo indispensable es que el joven, las personas en las formas en que se agrupe y
organicen, sean sujetos universales de las necesidades que les presenta el mercado
mundial y de las ofertas que este mismo
les hace para su satisfacción.
Elaborado por Jairo José
Castañeda Gutiérrez